domingo, 16 de agosto de 2015

Encontrarte, inventarte

Escribir toda la noche, escribir y no dormir, escribir y recordar al día siguiente, aún con sueño, aún con el cansancio bajo las cejas. Componer lo que no se ha dañado, descomponer las partículas de la cotidianidad, hacerla mierda y devolverle luego el brillo de a pocos para no desgastarla. Escribir con sangre y aprovechar que fluye todavía, agradecer las desgracias, sonreír a lo desconocido, a esa opresión en el pecho, a ese vacío enorme que acompaña las ganas de llorar, de gritar y de odiar con confianza. Escribir y poblar los papeles con todos los silencios de la jornada, y tomarte de pretexto a vos, a vos y a la luna, escribir en hojas dobladas y ya rayadas, esconderlas, utilizarlas como almohada, escribir y borrarlo todo por si las dudas, regalar las palabras, botarlas, deshacerse de ellas como de algo indeseado, tóxico, como de una enfermedad, de un virus resiliente y vitalicio. Escribir y combinar idiomas, lenguas, lenguajes; escupir sobre el papel las tristezas propias y hacer propias las ajenas, inventarse nuevas penas mientras se consignan las añejas y mezclarlas después con las alegrías, y no dormir, y combinarlas, y confundirlas. Escribir para sanar, para morir sin volver, para volver de la muerte y encontrarte en los renglones de lo escrito, encontrarte como te sueño, como te imagino, inventarte conmigo, inventarte a mi lado, inventarte feliz en blanco y negro.

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